Hoy, Viernes Santo se conmemora la Pasión y Crucifixión del amor redentor de Cristo. La asamblea cristiana se reúne para meditar en el gran misterio del mal y del pecado que oprimen a la humanidad, para recordar, a la luz de la palabra de Dios y con la ayuda de conmovedores gestos litúrgicos, los sufrimientos del Señor que expían este mal.
Después de escuchar el relato de la pasión de Cristo, la comunidad ora por todas las necesidades de la Iglesia y del mundo, adora la cruz y recibe la Eucaristía, consumiendo las especies eucarísticas conservadas desde la misa in Cena Domini del día anterior.
Expresión de amor y piedad popular
Como invitación ulterior a meditar, en este Viernes Santo, la pasión, crucifixión el amor de Cristo y para expresar el amor y la participación de los fieles en los sufrimientos de Cristo, la tradición cristiana ha dado vida a diferentes manifestaciones de piedad popular, procesiones y representaciones sagradas, orientadas a imprimir cada vez más profundamente en el corazón de los fieles sentimientos de auténtica participación en el sacrificio redentor de Cristo.

El vía crucis en la semana de pasión
El vía crucis es una práctica de piedad que a lo largo de los años se ha ido enriqueciendo con múltiples expresiones espirituales y artísticas vinculadas a la sensibilidad de las diferentes culturas. Así, se nos permite a los fieles participar en la subida del Señor al monte de la Cruz, al monte del Amor llevado hasta el extremo.
El canto del sufrimiento unido a sus sufrimientos es lo que más cautiva su corazón. Jesús arde de amor por nosotros… ¡Mira su Faz adorable…! ¡Mira esos ojos apagados y bajos…! Mira esas llagas… Mira a Jesús en su Faz… Allí verás cómo nos ama.
(Santa Teresa del Niño Jesús)
Te puede interesar: Meditación del Padre Tomás Morales de la Pasión de Cristo
Pasajes del Evangelio
Jesús, sabiendo que todo se había cumplido, para que también se cumpliera la Escritura, exclamó: Tengo sed (Jn 19, 28).
Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región hasta la media tarde; porque se oscureció el sol.El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró (Lc 23, 44-46)
Meditación del viernes santo y el amor redentor
“La hora del Señor había llegado: luchó contra la muerte, y un sudor frío cubrió sus miembros. […] Entonces Jesús dijo: ‘‘Todo está consumado”.
Después alzó la cabeza, y gritó en alta voz: “Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Fue un grito dulce y fuerte, que penetró el cielo y la tierra: en seguida inclinó la cabeza, y rindió el espíritu. Yo vi su alma en forma luminosa entrar en la tierra al pie de la cruz. Juan y las santas mujeres cayeron de cara sobre la tierra.
El centurión tenía los ojos fijos sobre la faz ensangrentada de Jesús, y su emoción era profunda. Cuando el Señor murió, la tierra tembló, el peñasco se abrió entre la cruz de Jesús y la del mal ladrón. El último grito de Jesús hizo temblar a todos los que le oyeron, como la tierra que reconoció su Salvador […]
Cuando el Salvador encomendó su alma humana a Dios, su Padre, y abandonó su cuerpo a la muerte, el cuerpo sagrado se estremeció, y se puso de un blanco lívido, su cara se estiró; sus carrillos se hundieron, su nariz se alargó, sus ojos, llenos de sangre, se quedaron medio abiertos; levantó un instante la cabeza coronada de espinas, y la dejó caer bajo el peso de sus dolores.
Los labios, lívidos, se quedaron entreabiertos, y dejaron ver la lengua ensangrentada; sus manos, contraídas primero alrededor de los clavos, se extendieron con los brazos; su espalda se enderezó a lo largo de la cruz, y todo el peso de su cuerpo cayó sobre sus pies; las rodillas se encogieron y se doblaron del mismo lado, y sus pies dieron vuelta alrededor del clavo.
¿Quién podría expresar el dolor de la Madre de Jesús, de la Reina de los mártires?”
(Beata Ana Caterina de Emmerick)
Coloquio con Jesús crucificado

Dile palabras como estas al Señor, que salgan de tu corazón:
Quiero acercarme a Ti, Cristo clavado en la cruz yerto. Y tocar tu cuerpo Santísimo y mancharme con tu sangre. Quiero tocar tus heridas para que cicatrice en mí cualquier herida de pecado y tentación. Quiero aplicar mis labios a tu costado y beber la Eucaristía en su Fuente hasta embriagarme de Ti, y volverme loco de Dios.
Quiero besar tus llagas de pies y manos para que se seque en mí toda fuente de queja y de rencor, de tristeza y de envidia. Quiero mirarte de cerca, cara a cara, ojos frente a ojos, palmo a palmo de tu Cuerpo divino y muerto; llorando de dolor y paz, con la misma pureza e intensidad como lo hizo, ciertamente, tu Santísima Madre.
Que de tanto mirarte, contemplarte, palparte y besarte, tus divinos rasgos se me peguen; se me contagien tus virtudes y tus amores, y si no muero de amor que, en adelante al menos, no pueda vivir sin Ti. Que tu corazón me contagie virtud y amor. ¡Haz mi corazón semejante al tuyo!
“Vivo yo, no yo, es Cristo quien vive en mí”. ¿Cuándo, Señor, lo podré decir?
Tengo sed (Padre tomás Morales)

Sed tengo. Sed de padecer más, lo inaudito. Lo que dice San Ignacio, contemplar cómo padece, todo lo que sufre y quiere sufrir. Lo de Juan de Ávila. Meterte en el corazón para ver cómo sufre, más y más. Sed además de almas, sed de que todo el mundo se salve, sed de que no quede un alma sin redención.
Si por las almas Cristo ha hecho con exceso, cuándo haré yo lo bastante, se pregunta San Agustín. Y ahora es cuando sale al paso Santa Teresita, la misionera de Lisieux: querría ser misionera en todas las partes del mundo. No solamente en una región de la tierra, en todos los lugares del globo simultáneamente. Y no solamente en un período de la historia de 20 o 30 años, querría ser misionera desde el comienzo del mundo, hasta el último día de la historia. Tengo sed de almas.
[…]Si alguien después de un camino, llega sudoroso, agotado, y te pide agua, un vaso, se lo das enseguida. Si es tu hermano o tu padre mucho antes, si te lo pide un moribundo, ¿se lo negarás? Ahora es Jesús el que te pide de beber. Tengo sed. ¿No puedes apagar esa sed de Jesús? […]
Viviendo con amor cada instante, crucificando con Él tu pereza, tu vanidad, tu voluntad propia. Dejándote clavar en la cruz con Él sin desperdiciar un momento, pues de Él, depende la salvación del alma. Es una gotita que acercas a los labios de Cristo.
Contemplar la Cruz (San Juan de Ávila)
No solamente la cruz, sino la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca apartarte de nosotros.
De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces a que te ame y a que nunca te olvide de mi corazón.