Virgen Dolorosa o Virgen de las Lágrimas de Francisco Zafra

Viernes de Dolores: En unión con la Virgen Dolorosa

El Viernes de Dolores es una fecha clave en la Semana Santa y para estar en unión con la Virgen Dolorsa, que marca el inicio de la Pasión de Cristo y nos invita a entrar en un profundo recogimiento espiritual. Es un día especial en el que nos unimos en oración y meditación con María, acompañándola en su sufrimiento y dolor al pie de la cruz.

Meditación del Venerable Padre Tomás Morales

Han transcurrido las semanas de Cuaresma. Se inicia el tiempo de Pasión. Los textos de la misa van aludiendo con intensidad creciente al sacrificio de Jesús. Entramos en lo más santo y emocionante del año litúrgico, iniciando con el Viernes de Dolores y adentrándonos en los días culminantes de la Semana Santa.

En íntima unión con la Virgen, nos disponemos a sufrir con Cristo. Se inician doce días de Pasión que nos acercan al Triduo Pascual, jueves, viernes y sábado de la Semana Santa. Doce días mirando a la Virgen dolorosa ofreciéndonos con Jesús que se inmola. Doce días con ansias de sufrimiento y amor.

Virgen Dolorosa 2015 de Francisco Zafra, Yucatán, México

Los evangelios de esta primera semana de Pasión —será siempre de San Juan— nos presentan a Jesús en medio de sus enemigos. Ayer como hoy, disputan con Él. Les parece demasiado austera y radical su doctrina. Tratarán de matarle. Como crucificarán a todo cristiano fiel y coherente con su vocación a ser otro Cristo.

-Madre –digamos a la Virgen- quiero ser hijo del Calvario, retoño de la cruz, parecerme a Él, ser en tus brazos otro Jesús que descansa, como Él, ese Viernes Santo después del descendimiento.

• Si el grano de trigo no cae en la tierra y se pudre
En la primera semana de Pasión resuena la frase de Jesús. Jesús va a caer y pudrirse para producir mucho fruto. Si no, habría «permanecido solo».
-Madre: que aprenda a caer en la tierra y pudrirme. Primero, caer en la tierra. Vida oculta con Cristo en Dios. Desaparecer en la monótona existencia de cada día. Perderme sin aparentemente hacer nada útil. Vivir de fe cierta y oscura, con esperanza firme y caridad entera, a lo Juan de la Cruz.
Segundo, perder el miedo a sufrir. Pudrirse es aceptar los planes de Dios sobre mí, por absurdos e irracionales que me parezcan. Vivir de fe en su providencia, aunque no comprenda nada. «En este trueque de amor, más que la entrega, es difícil, Amado, la aceptación. Aceptar sin un desmayo todas tus rosas en flor. Aceptar sobre mis ojos, sin temblar, todo tu sol. En este trueque de amor, no es mi falta, es tu abundancia lo que me asusta, Señor».

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Perder el miedo a sufrir. Si seguimos paso a paso la pasión de Jesús, si meditamos estos días en sus sufrimientos, si cerca de la Virgen nos unimos en contemplación a Cristo doliente, nos parecerán insignificantes todas sus cruces. Nos apropiaremos la consigna de Santa Teresa de Ávila: «Poned los ojos en el Crucificado, y se os hará todo poco» (Moradas) Sentiremos que ya no son cosa suya, sino de Jesús. Experimentaremos la unión con Él en dolor y sufrimiento lleno de paz.

-Madre: Tu lo sabes. Me espanta el sufrir. Quítame el miedo que tengo al ver a Jesús crucificado con todos los géneros del martirio: pobreza, abandono, deshonra, dolor, desamparo del Padre celestial. Él esfuerza mi debilidad y espanta mis miedos a sufrir. «Su poder resplandece en mi debilidad», repetiré con San Pablo. Virgen Inmaculada: enséñanos a contemplar a Jesús ofreciéndose en su pasión. «Ahora empiezo a ser discípulo de Cristo», puedo repetir con Ignacio de Antioquia. Ahora empiezo a sufrir y a amar. El miedo a sufrir desaparecerá en cuanto me identifique con Él.

• Y, cuando fuese levantado en la cruz, todo lo atraeré a mí
Mi debilidad, mi cobardía ante el sufrimiento, atraída por Él, transformándose en fuerza y valentía al verle crucificado por mi amor.

-Madre: que en estos días el amor me arrebate violentamente hacia Él. Cobardías, miedo y miserias desaparecerán.

Tres disposiciones para vivir el Viernes de Dolores

Para contemplar con fruto la pasión de Jesús, pidamos, con el nombre de María siempre en el corazón, tres gracias:

  1. Paciencia silenciosa en el sufrimiento, en el trabajo, en el cumplimiento del deber
    Le escupen, y no aparta su rostro. Ante Herodes, tratándole de loco, calla… «Pero Él nada respondía»… Se somete a Pilato, que le condena a muerte infamante. Sufre en silencio dolores, afrentas, soledades, desolación.
    «Jesús callaba», dice el evangelio. Silencio triunfal, comenta San Agustín. Nada aprovecha tanto como el padecer y trabajar, y todo envuelto en silencio. «Jesús callaba.» La santa más crucificada del siglo XIX, María Magdalena Sofía Barat, convierte esta frase en manantial de su vida.
  2. Amor generoso para aceptar nuestra cruz
    Así nos unimos con Cristo. Los judíos temen no llegue al Calvario. Obligan a Simón a llevar la cruz. Cristo podía haber sacado de su divinidad la fuerza necesaria. Pero consiente en ser ayudado. Quería indicarnos que cada uno de nosotros debe ayudarle a llevar la cruz. Él me dice: «Acepta esta parte que yo he reservado para ti en el día de mis sufrimientos.» Si Él personalmente se me apareciese, ¿me negaría a aceptarla?
    Cuando el sufrimiento nos oprima y nos suceda como a San Pablo, que la misma vida se nos hace pesada, miremos, como el Apóstol, a Aquel que se entregó por nosotros, unámonos a Cristo con más amor que nunca. Entonces la virtud y unción de su cruz se nos comunicará. Y encontraremos fuerzas, paz y alegría interior para sonreír en medio del sufrimiento: «Reboso de alegría en medio de mis tribulaciones.» (2 Co 12,10)
  3. Abandono filial en la voluntad del Padre
    Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace. En las pequeñeces de cada día o en los momentos decisivos de nuestra vida. Él sabe lo que nos conviene. Él lo endereza todo a nuestro bien. Amándole así, todo lo que nos sucede es bueno, lo mejor. Para los que aman a Dios, todo se convierte en bien.
    Este abandono filial en la voluntad divina al encajar nuestras cruces, es la forma suprema del amor. La paciencia silenciosa y el amor generoso brotan espontáneos. Entonces la luz de la fe ilumina el alma en el silencio de la oración. Con claridades de cielo penetramos en el amor de Jesús que sufre. Te llenas de fuerza para ser portador de la cruz. No pierdes nunca la serenidad. Sabes que «no ha de faltar la cruz en esta vida si somos del bando del Crucificado» (Santa Teresa, Fundaciones).

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Oración para Viernes de Dolores

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el Cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el Infierno tan temido,
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas, y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

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