¿Qué celebramos el domingo de ramos?
El Domingo de Ramos marca el comienzo de la Semana Santa y nos introduce de lleno en el misterio central de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En este día, la Iglesia conmemora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, aclamado como Rey por la multitud, que días después lo verá crucificado.
Es el inicio del combate espiritual por excelencia, donde se nos invita a seguir a Cristo en su camino hacia la cruz, no desde la tristeza sino desde el amor que transforma el sufrimiento en redención.
Meditación sobre la Pasión del Señor
«A pesar de su condición divina, Cristo no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres. Y, hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios también le exaltó sobre todo, y le confirió el nombre que está por encima de todo nombre, para que, al nombre de Jesús, se doble toda rodilla de los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre». (Filipenses 2, 6-14).
A continuación, te propongo unos pasos sencillos pero profundos para guiarte en tu meditación diaria durante estos días santos. Esta meditación no es solo una reflexión mental, sino un encuentro con Cristo, donde el corazón y el alma se abren al amor y al dolor de nuestro Señor.
1. Ponerme en presencia de Dios
Comienza siempre invocando a la Virgen y al Espíritu Santo, pidiendo que te iluminen y acompañen en este camino de contemplación. Este es el primer paso para centrarte en la presencia divina y dejar que tu corazón se disponga para el encuentro.
2. Petición: pedir la gracia
La petición es esencial. Pide la gracia de comprender el amor y el dolor de Cristo en su Pasión. Implora para que tu corazón se haga uno con el suyo, para poder experimentar, aunque sea mínimamente, el sufrimiento que Él vivió por ti. En palabras sencillas: “Señor, hazme sentir, aunque sea un poco, el dolor que Tú sufriste por mí. Que mi corazón se quiebre con el tuyo.”
3. Puntos para la contemplación
Dedica unos momentos para contemplar algunos aspectos fundamentales de la Pasión de Cristo:
- Jesús en su condición divina
Contempla a Jesús, el Hijo de Dios, que se va a humillar hasta morir en la cruz. El que, siendo Dios, decide asumir la fragilidad humana. El que es el “Dios de Dios, Luz de luz, el Creador de todo”, se hace uno de nosotros, se humilla y se sacrifica. - Tomó forma de siervo
San Pablo nos dice que Jesús se “anonadó” (Filipenses 2,7). Se vació a sí mismo, se despojó de su gloria, y asumió una vida de servicio y sacrificio. Cada uno de sus gestos y palabras es una manifestación de este abajamiento por amor a la humanidad. Su total humillación se consuma en la cruz, donde se hace totalmente uno con el sufrimiento humano. - Obediente hasta la muerte, y muerte de cruz
La obediencia de Jesús es radical. Se somete a la voluntad del Padre, a pesar de conocer la magnitud del sacrificio. La cruz es la culminación de su obediencia y amor. Contempla cómo, en su entrega total, Jesús se convierte en el modelo de lo que significa amar hasta el extremo, entregando su vida por la salvación de todos.
4. Coloquio: hablar con el Señor
La meditación no termina solo en la reflexión. Jesús quiere que hables con Él, que le confíes tus pensamientos, tus emociones y tus deseos más profundos. Acompáñalo en su dolor y pide consuelo para tu propio corazón.

Puedes orar con esta oración de San Buenaventura, que nos ayuda a sintonizar con el sufrimiento de Cristo:
“Dulcísimo Jesús, Hijo de Dios vivo, Dios y Hombre verdadero, Redentor de mi alma: por el amor con que sufriste ser vendido por Judas, preso y atado por mi salvación, ¡ten misericordia de mí!
Benignísimo Jesús mío: por el amor con que padeciste tantos desprecios, irrisiones y tormentos, ¡ten misericordia de mí!
Pacientísimo Jesús mío: por el amor con que padeciste tantas injusticias, falsos testimonios y afrentas en la casa de Pilatos, ¡ten misericordia de mí!
Mansísimo Jesús: por los escarnios, azotes, la corona de espinas y la condenación a muerte que sufriste, ¡ten misericordia de mí!
Piadosísimo Jesús de mi alma: por todo lo que padeciste desde la casa de Pilatos hasta el monte Calvario, donde te crucificaron por mi amor, ¡ten misericordia de mí!”
Meditación del Domingo de Ramos con el Padre Tomás Morales
La columna. Crueldad. Las circunstancias históricas que concurrieron en este acontecimiento de la Pasión nos muestran que Pilatos quería asegurarse de que Jesús estuviera muerto. Al menos el 95 por ciento de las víctimas de la flagelación morían en el acto o poco después. Pilatos dio órdenes rigurosas para que el suplicio se ejecutara con toda su crueldad.
Atado a la columna, comienzan a descargarse los golpes sobre su cuerpo. Jesús siente un dolor vivísimo en sus carnes inmaculadas, pero, mientras tanto, permanece en silencio. Ni una palabra, ni un gesto, ni una actitud. “Silencio triunfal”, dice San Agustín. En las grandes agonías del alma, en los grandes sufrimientos, estas palabras de Jesús confortan.
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Se dice de Santa María Magdalena Sofía, una de las santas más crucificadas del siglo XIX, que, en las persecuciones que sufrió por parte de las mismas hijas que ella había fundado, encontraba su refugio y fortaleza en estas palabras del Evangelio: “Jesús, entre tanto, callaba”.
Silencio triunfal porque esas palabras también me alcanzan a mí, dándome fuerzas para triunfar sobre mis rebeldías, sobre mi deseo de organizar mi vida, mis independencias y mis pasiones… ¡Silencio triunfal!
Señor, te vas desangrando y debilitando cada vez más. Caíste en el suplicio de la flagelación. Me conmueve lo que oras al Padre: “Padre, Padre mío, perdónalos a estos que me azotan, a todos los demás que me están azotando con sus pecados, perdónalos porque no saben lo que hacen”. No te cansas de suplicar perdón para aquellos que te persiguen.