“Las armas con las que luchamos no son humanas, sino divinas, y tienen poder para destruir fortalezas, derribando sofismas y toda clase de altanería que se levante contra el conocimiento de Dios, y dispuestos a someter todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor 10,4-5).
Dice el Papa Francisco:
La vida cristiana es un “combate” contra el demonio, el mundo y las pasiones de la carne. Es una lucha bellísima, porque cuando el Señor vence en cada paso de nuestra vida, nos da una alegría, una felicidad grande: la alegría de la victoria del Señor en nosotros. Es el gozo de la gratuidad de su salvación.
San Pablo, en la Carta a los Efesios, habla de la vida cristiana con un lenguaje militar: “Revestíos con la armadura de Dios”. No se puede pensar en una vida espiritual, en una vida cristiana, sin revestirse de esta armadura divina que nos da fuerza y nos defiende. El combate cristiano es clave para la andadura en esta vida y compaginarlas con las armas de la luz que nos proporciona Dios.
¿De qué tenemos que defendernos y cómo luchar?
Para luchar contra el demonio, y usar bien las armas de la luz, por ejemplo, debemos hacerlo con la fuerza de Dios, ciñéndonos el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. Así, Dios nos defiende de él y resistimos sus insidias.
Necesitamos el escudo de la fe, porque el diablo no nos tira flores precisamente, sino flechas encendidas para asesinarnos.

La “carne” significa nuestras pasiones desordenadas, que son las heridas del pecado original. Por eso, San Pablo exhorta a “tomar el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” y a “elevar constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animadas por el Espíritu”.
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Todos somos un poco perezosos para esta lucha y solemos dejarnos llevar por las pasiones y algunas tentaciones… Y es que todos somos pecadores. Pero no se desalienten. Ánimo, valentía y fortaleza, porque el Señor está con nosotros (Cf. Homilía 30-10-2014).
La importancia de la vigilancia espiritual
El Papa Francisco añade en su exhortación sobre la santidad:
El camino de la santidad es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu, pero al mismo tiempo requiere que estemos «con las lámparas encendidas» (Lc 12,35) y permanezcamos atentos: «Guardaos de toda clase de mal» (1 Ts 5,22). «Estad en vela» (Mt 24,42; cf. Mc 13,35). «No nos entreguemos al sueño» (1 Ts 5,6).
Quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley de Dios pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento. Como no encuentran algo grave que reprocharse, no advierten esa tibieza que poco a poco se va apoderando de su vida espiritual y terminan desgastándose y corrompiéndose.
La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14).

Así acabó sus días Salomón, mientras que el gran pecador David supo remontar su miseria. En un relato, Jesús nos advirtió acerca de esta tentación engañosa que nos desliza hacia la corrupción: menciona a una persona liberada del demonio que, pensando que su vida ya estaba limpia, terminó poseída por otros siete espíritus malignos (cf. Lc 11,24-26). Otro texto bíblico utiliza una imagen fuerte: «El perro vuelve a su propio vómito» (2 P 2,22; cf. Pr 26,11) (Gaudete et exsultate, 164-165).
Aprender qué es la Cuaresma nos recuerda que la vida cristiana es un combate sin pausa, en el que se deben usar las “armas” de la oración, el ayuno y la penitencia. Combatir contra el mal, contra cualquier forma de egoísmo y de odio, y morir a sí mismos para vivir en Dios es el itinerario ascético que todos los discípulos de Jesús están llamados a recorrer con humildad y paciencia, con generosidad y perseverancia.