“Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.
La Virgen a Sor Lucía, 13 de junio de 1917
“¡Ahí tienes a tu Madre!”, me dice Jesús desde la Cruz. Y es como si nos siguiera diciendo: Cógela, verás lo que es ternura, comprensión, paciencia, delicadeza y eficacia para la santidad. Cógela bien como Madre. Yo estuve en su seno nueve meses, pero siempre estuve —y sigo estando— en su Corazón. Porque me concibió en su cuerpo por la acción del Espíritu Santo, pero por la fe me concibió en su alma, en su Corazón. ¡Yo estoy siempre en su Corazón! También tú debes estar en ese Corazón maternal; así estarás siempre conmigo. Y por eso te la regalo como Madre. ¿Comprendes?
Breve historia de esta devoción
En diferentes épocas históricas ha predominado una devoción mariana:
En el Siglo I, la Theotokos o Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio.
A mediados del siglo XIX comenzó a extenderse la devoción al Inmaculado Corazón de María, ya adelantada por san Bernardino de Sena y san Juan de Ávila.
Pero ya en el siglo XVII san Juan Eudes afirmaba: “El Corazón de María es la fuente y el principio de todas las grandezas y excelencias que la adornan, y que la hacen estar por encima de todas las criaturas; por ser hija predilecta de Dios Padre, madre muy amada de Jesús y esposa fiel del Espíritu Santo”.
San antonio maría claret
En el siglo XIX, san Antonio María Claret fundó la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María. Quiso que sus misioneros salieran por todo el mundo extendiendo la devoción al Inmaculado Corazón de María. Fue un profeta de Fátima. Pero esta devoción alcanza su cenit en 1917, con las apariciones de la Virgen en Fátima.
El mensaje de fátima
En Fátima, la Virgen manifestó que Dios quería salvar al mundo por medio de su Inmaculado Corazón. Dijo a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. Además, pediría la consagración del mundo a su Corazón Inmaculado.
Santa Jacinta le dijo a Lucía: “Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de María”. También se lo dirá más adelante la Virgen.
María es la Madre de Dios no sólo porque le ha llevado físicamente en el seno, sino también porque le ha concebido antes en el corazón, con la fe. No podemos imitarla en el primer sentido, pero sí en el segundo: concebir a Cristo en el alma mediante la fe.
Misión de Lucía de fátima
En el mensaje central de las apariciones de Fátima está el deseo del Señor de establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen. Lucía, la mayor de los tres videntes (tenía 10 años en 1917), vivió 88 años más para cumplir esta misión. Sus primos, Jacinta y Francisco, murieron pocos meses después de las apariciones.
Segunda aparición: 13 de junio de 1917
Lucía le pregunta: “¿Vuestra merced para qué me quiere?” La Virgen responde: “Vuelvan el 13 de julio. Recen el Rosario diariamente y aprendan a leer”. Lucía pide entonces que los lleve al Cielo. “A Jacinta y a Francisco los llevaré en breve”, dice la Virgen. “Tú te quedas aquí. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón. A quien la acepte le promete la salvación, y estas almas serán amadas de Dios, como flores colocadas por Mí para adornar su Trono”.
Confirmación por la iglesia
En 1942, Pío XII consagra el mundo al Corazón Inmaculado de María, tras varias consagraciones diocesanas. En 1944 extiende esta devoción a toda la Iglesia, fijando su celebración el 22 de agosto, ocho días después de la Asunción.
Pablo VI continúa en esta línea. Juan Pablo II, que se declara a sí mismo “milagro de María”, dijo en Brasil: “Tres años de pontificado y diez de milagro”. Fue el Papa que cumplió plenamente el deseo de la Virgen, especialmente con el derrumbe del marxismo en 1989 y la conversión de Rusia. Esto nos da confianza: Dios no abandona a su pueblo, no abandona a su Iglesia.
El Corazón Inmaculado como remedio
Como remedio a los males actuales, la Virgen nos ofrece su Corazón Inmaculado, que es ternura, dulzura, pero también exigencia: oración, sacrificio, penitencia, generosidad, entrega. No basta el culto: hay que imitar sus virtudes.
Según santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María, honramos a la persona misma de la Santísima Virgen: “Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti”.
Una persona puede recibir honor por distintos motivos: por su poder, por su autoridad, por su ciencia o por su virtud. La Virgen es venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad o de la Asunción con cultos distintos, porque los motivos también son distintos. Pero el culto a su Corazón Inmaculado se diferencia de los demás por el motivo: su amor.
El corazón como símbolo del amor
Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de María honramos la grandeza de su vida interior: sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura. Honramos su amor a Dios, a su Hijo Jesús y a los hombres redimidos por su sangre.
Al honrar al Corazón Inmaculado de María, lo abarcamos todo:
Como templo de la Trinidad.
Como remanso de paz.
Como tierra de esperanza.
Como cáliz de amargura, de pena, de dolor y de gozo.
Un corazón real y espiritual
El Corazón de María expresa también el corazón físico que latía en su pecho, que entregó la sangre más pura para formar la humanidad de Cristo, y en el que resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su lado.
Expresa también el corazón espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que la hicieron corredentora, con el cúmulo de virtudes que adornan la persona excelsa de la Madre de Dios.
La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su Corazón, en el que no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos. Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su caridad hicieron de su Corazón el receptáculo del amor y de la misericordia.
El Corazón de María es el de la Hija predilecta del Padre. El Corazón de la Madre que con mayor dulzura y ternura haya amado a su Hijo. El Corazón de la Esposa donde el Espíritu realizó la más grande de sus maravillas, concibió por obra del Espíritu Santo.
El Corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el corazón de la Madre: todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de María. “Mujer, he ahí a tu hijo.” San Juan nos representaba a todos.
Porque amó mucho, mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra. Con sufrimiento y con dolor ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hijo y a sus hijos es tan entrañable y tierno que guarda en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, hermanos de su Hijo Jesús, el Hermano Mayor.
Fundamento en la Sagrada Escritura
El Corazón de María aparece ya en los Evangelios como símbolo de su vida interior más profunda. San Lucas nos dice:
María conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2,19).
Allí atesoraba el anuncio del ángel sobre su maternidad divina, la adoración de los pastores, la visita de los Magos, la profecía de Simeón, el viaje a Egipto, y la pérdida del Niño en Jerusalén.
María conservó todo eso no solo con la memoria, sino con un amor profundo y contemplativo. En su Corazón quedaron grabadas para siempre también las palabras de su Hijo en la cruz: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Desde ese momento, nos amó con el mismo Corazón con que amó a Jesús.
Ya en Caná, se nos muestra un rasgo muy humano y maternal de ese Corazón: su delicadeza y preocupación por las necesidades de los demás. Esa solicitud atenta caracteriza a las madres y fue aprendida, por todas ellas, de la Madre del Cielo.
Por eso, la devoción al Inmaculado Corazón de María no es una más entre muchas, sino una llamada a la confianza total. Nos invita a acudir a Ella no solo en grandes desgracias, sino también en los apuros cotidianos. Como los niños pequeños que todo lo llevan a su madre, también nosotros hemos de llevar a María nuestras alegrías, miedos, dificultades y deseos.
¿Qué significa vivir dentro del Corazón Inmaculado de María?
Vivir dentro del Corazón de María es saberse mirado, cuidado y protegido por su amor maternal. Es tener la certeza, por gracia, de que nuestra vida está bajo su mirada y discurre dentro de su ternura. San Juan Pablo II lo expresó bellamente: el cristiano trata de entrar en el “radio de acción” de la caridad materna de María, que cuida de los hermanos de su Hijo.
Ese Corazón es para nosotros:
Refugio: Un lugar seguro donde encontrar descanso en medio de la lucha espiritual. No es evasión de nuestras responsabilidades, sino lugar donde recobrar fuerzas, consuelo y ánimo. El P. Tomás Morales lo llamó “cápsula protectora” frente al triple enemigo y los combates interiores.
Sagrario: Es el primer sagrario de Jesús, y sigue siendo el más grato para Él. Allí mora Jesús, y por eso María no solo nos lleva a Él, sino que en su Corazón nos encontramos con Él. Es horno que funde nuestra alma con Cristo y crisol donde nos purificamos. La verdadera devoción mariana siempre es cristocéntrica.
Escuela: En su Corazón aprendemos la santidad. Ella enseña por irradiación: con su ternura, pureza, humildad… Contagió su amor a Juan el Bautista, a San José, y a los santos de todos los tiempos. Aún hoy, sigue educando a sus hijos, como hizo con los pastorcitos de Fátima.
Oratorio: Lugar privilegiado para la oración. María nos enseña a rezar, suple nuestras deficiencias, y reza en nosotros y con nosotros. Su Corazón es un relicario donde arde el incienso del amor más puro a Dios y a los hombres.
Meditación del Venerable Padre Tomás Morales
«El Corazón de la Virgen es el relicario del amor más noble y limpio… Relicario en que arde el incienso del más puro amor a Dios y a los hombres. Transparencia de alabastro es su Corazón virginal, “arpa deliciosa pulsada por Cristo para deleitar al Padre” (San Epifanio).
Me lleno de gozo al leer en el Evangelio de San Juan: “Y desde aquella hora el discípulo la recibió como suya”. Mi impotencia y pequeñez para amar a Dios han desaparecido. Estoy de enhorabuena. Tengo el Corazón de la Virgen para, con y en él, adorar a Quien tanto debo y tanto me quiere, rendirle gracias, obtener beneficios.
Relicario de amor que Cristo me regala en la Cruz para que, encerrándome en él, pueda vivir la vida que me dio al morir. Me gozo al repetir con Teresita: “Lo más grande que ha hecho en mí el Todopoderoso es el haberme mostrado mi pequeñez y mi impotencia para todo bien”.
Cuando saboreo esta frase, me gusta añadir: “y regalarme el Corazón de su Madre, que suple mi incapacidad para adorarle a Él con la plenitud que merece y yo deseo”».
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