El Sábado santo se caracteriza por un profundo silencio, espera y esperanza en la Resurrección de Jesús. Las iglesias están desnudas y no se celebra ninguna liturgia. Los creyentes, mientras aguardan el gran acontecimiento de la Resurrección, perseveran con María en la espera, rezando y meditando.
En efecto, hace falta un día de silencio para meditar en la realidad de la vida humana, en las fuerzas del mal y en la gran fuerza del bien que brota de la pasión y de la resurrección del Señor. En este día se da gran importancia a la participación en el sacramento de la Reconciliación, camino indispensable para purificar el corazón y prepararse para celebrar la Pascua íntimamente renovados. Al menos una vez al año necesitamos esta purificación interior, esta renovación de nosotros mismos.
La vigilia pascual: entrada en el domingo de resurrección
Este Sábado de silencio, de meditación, de perdón, de reconciliación, desemboca en la Vigilia pascual, que introduce el domingo más importante de la historia, el domingo de la Pascua de Cristo. La Iglesia vela junto al fuego nuevo bendecido y medita en la gran promesa, contenida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, de la liberación definitiva de la antigua esclavitud del pecado y de la muerte.
En la oscuridad de la noche, con el fuego nuevo se enciende el cirio pascual, símbolo de Cristo que resucita glorioso. Cristo, luz de la humanidad, disipa las tinieblas del corazón y del espíritu e ilumina a todo hombre que viene al mundo.
Junto al cirio pascual resuena en la Iglesia el gran anuncio pascual:
Cristo ha resucitado verdaderamente, la muerte ya no tiene poder sobre Él. Con su muerte, ha derrotado el mal para siempre y ha donado a todos los hombres la vida misma de Dios.
Te puede interesar: Sobre los Mártires del Siglo XX en España
Evangelio para el sábado santo
Junto a la Cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su Madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al Discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
(Jn 19,25 -27)
Meditación del sábado santo
A los pies de la Cruz María participa por medio de la fe en el desconcertante misterio de este despojamiento. Es ésta tal vez la más profunda «kénosis» de la fe en la historia de la humanidad. Por medio de la fe la Madre participa en la muerte del Hijo, en su muerte redentora; pero a diferencia de la de los discípulos que huían, era una fe mucho más iluminada.
Jesús en el Gólgota, a través de la Cruz, ha confirmado definitivamente ser el «signo de contradicción», predicho por Simeón. Al mismo tiempo, se han cumplido las palabras dirigidas por él a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!».
Los acontecimientos recientes del Calvario habían cubierto de tinieblas aquella promesa, y ni siquiera bajo la cruz había disminuido la fe de María. Ella también como Abraham había sido la que “esperando contra toda esperanza, creyó”.
Vosotros los que pasáis por el camino, decid si hay dolor semejante al mío.
(Benedicto XVI)
Contemplación de la piedad y del misterio del amor
Contemplemos esta imagen de la piedad. Una mujer de mediana edad, con los párpados hinchados de tanto llorar, y al mismo tiempo una mirada absorta, fija en la lejanía, como si estuviese meditando en su corazón sobre todo lo que había sucedido.
Sobre su regazo reposa el cuerpo exánime del Hijo; Ella lo aprieta delicadamente y con amor, como un don precioso. Sobre el cuerpo desnudo del Hijo vemos los signos de la crucifixión. El brazo izquierdo del Crucificado cae verticalmente hacia abajo.
Quizás, esta escultura de la Piedad, como a menudo era costumbre, estaba originalmente colocada sobre un altar. Así, el Crucificado remite con su brazo extendido a lo que sucede sobre el altar, donde el santo sacrificio que llevó a cabo se actualiza en la Eucaristía.
La imagen milagrosa de Etzelsbach
Una particularidad de la imagen milagrosa de Etzelsbach es la posición del Crucificado. En la mayor parte de las representaciones de la Piedad, el cuerpo sin vida de Jesús yace con la cabeza vuelta hacia la izquierda. De esta forma, el que lo contempla puede ver su herida del costado. Aquí en Etzelsbach, en cambio, la herida del costado está escondida, ya que el cadáver está orientado hacia el otro lado.

Creo que dicha representación encierra un profundo significado, que se revela solamente en una atenta contemplación: en esta imagen milagrosa, los corazones de Jesús y de su Madre se dirigen uno al otro; los corazones se acercan. Se intercambian recíprocamente su amor. Sabemos que el corazón es también el órgano de la sensibilidad más profunda para el otro, así como de la íntima compasión. En el corazón de María encuentra cabida el amor que su divino Hijo quiere ofrecer al mundo.
Oración a la virgen a los pies de la cruz (Stabat Mater)
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía,
cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa
fiero cuchillo tenía.
¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena,
cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena!
Y ¿cuál hombre no llorara
si a la Madre contemplara
de Cristo en tanto dolor?
Y quien no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?
Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.
¡Oh Madre, fuente de amor!
Hazme sentir tu dolor
Para que llore contigo.
Y que por mi Cristo amado,
Mi corazón abrasado
Más viva en él que conmigo.
Y por que a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora,
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la cruz donde lo veo,
tu Corazón compasivo.
¡Virgen de vírgenes santas!
llore yo con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea,
porque su Pasión y Muerte
tenga en mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore,
y que en ella viva y more,
de mi fe y amor indicio.
Por que me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.